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sábado, 19 de diciembre de 2015

Por que me gustan los rascacielos

Porque demuestran la confianza en la estabilidad que brindan las reglar claras del capitalismo bien entendido, los rascacielos son bienes durables que requieren inversiones a largo plazo.

Porque son emblemas de la paz, nadie construye un rascacielos en una zona conflictiva.

Porque evidencian el triunfo del capitalismo sobre el socialismo y toda otra forma de opresión.

Porque mientras que a las palabras se las lleva el viento, los rascacielos permanecen allí, como un recordatorio de los logros de la ciencia y la tecnología aplicada.

Porque modifican la faz de la tierra, embelleciendo nuestro mundo.

Porque son futuristas y  dan testimonio  a las nuevas generaciones de la visión sobre el mundo de quienes los antecedieron.

Por Chicago, y también por Nueva York. Son un homenaje a la excelencia de la arquitectura. Y porque maximizan el uso racional del suelo, sin dejar de ser auténticas obras de arte.

Porque forman parte de la literatura de Ayn Rand.

Porque denotan la supremacía del hombre en la naturaleza, pero no la de este sobre aquella. Hoy en día son sustentables, y lejos de perjudicar a su entorno, los rascacielos armonizan con él y son una verdadera maravilla natural, ya que creo que nada es artificial en este mundo.

Porque brindan una prueba tangible de los logros del pensamiento racional del hombre, especialmente frente a la fuerza retrógrada de la teocracia islamofascista.

Porque me cobijan del sol, por dentro y por fuera, y me deleitan con su brillo y verticalidad superlativa. Y por las vistas magníficas que me regalan desde su altura.

Porque denotan la confianza del hombre en la honestidad del capitalismo, que decide  invertir grandes cantidades de dinero en un bien que no podrá moverse.

Porque son consecuencia del verdadero progresismo y su consecuente creación de riqueza, a diferencia del farol chapucero del socialismo ladrón y su mendaz retórica, que sólo crea pobreza.

Porque dan testimonio de la libertad humana, ya que son construidos por personas libres, que voluntariamente prestan su trabajo con una finalidad económica. En la construcción de los rascacielos no participan esclavos ni hay lugar para la inmoralidad del socialismo, que priva al trabajador del goce del fruto de su labor, en nombre del “bien común”, jamás pagado por los caudillos socialistas, y siempre por sus víctimas, es decir, los gobernados.

Porque son una expresión de la decisión libre del hombre, no de un mandato divino ineludible ni tampoco provienen de la orden indiscutible de un oscuro socialista o un de un líder populista, dotado de la misma autoridad moral detentada por el jefe de un cartel mafioso.
Carlos Esteban Tabasco.





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